jueves, 20 de diciembre de 2007

Día de Espera

Amanecieron sé al escrito de sentimientos sutiles como las gotas de lluvia en un canto rodado de cien millones de años bajo el agua.
Y deslumbraron sus ojos una porción del sol hecho luna aun en la oscuridad, y sus caminos se encontraron al final del desierto de estrellas. Luz dorada.
Luz dorada con un intenso aroma a plata, bajo su propia sombra, color carmesí, que desmayaban suspiros por la eterna y prolongada ausencia de besos y palabras.
Silencio en gris plomo. Espera tras rejas de papel. El tiempo eterno de los pájaros en el horizonte. Azul marfil al día venidero y el entusiasmo sereno.
La espera se hacia interminablemente larga, y las sombras no cesaban de aplaudir suspiros de llantos apagados por eternas melodías.
Y la música recién comenzaba, aunque lejana tras los ecos de las montañas de cobre.

Escritos de Medianoche

La vida desde el vidrio roto de una sabana cayendo dentro de un esperma olvidado, malo, malo;
Más que malo, obtuso no poder desarrollar la visión del infinito niño olvidado en las hamacas de la plaza del mundo, como su alegría escondida en las últimas olas del último faro entre dunas de Marte, a la vuelta de las nubes del atardecer entre montañas de pergaminos.
Nunca pedaleo un pensamiento de saquito de mermelada porque la mentira cae hacia arriba, rompiendo los agujeros de mi alma.
Más llenos de luz en gotas vacías de café amargo, con la lluvia como murmullo olvidado golpeando la sien de la ventana cerrada tras el pastizal de rosas sangrantes.
Y no olvidemos de nacer de los seis soles de tus ojitos cerrados después de amar a la siesta.
Hundidos en el mar de la luna azul, con las estrellas como velas de compañía, atravesando las paredes del tiempo, en época de espera como eterna paciencia a los labios encendidos en llamas de rojo carmín, muriendo el la piel del cordero de oro antes de su rescate entre la espesura de aquel bosque.
Y fueron creados; y se miraron y se vieron; y se amaron a tal punto de hacer caer los lirios de las nubes grises en una noche amarga de besos de espalda.
Derretidos sin sentido con el hielo de los polos, donde bailan cansadas las almas en pena, donde el viento sopla las cortinas de espuma de miel tibia y el ser se refugia.
Tal vez no se dieron cuenta del inmenso poder que tenían cuando eran nada.
Ni siquiera algo en que pensar. O un sueño de tormentas perfumadas de hastío.
Al ocre del amanecer, donde su amor se agobiaba y desaparecía entre la bruma del día nuevo.
Éste amor se agobiaba porque no querían darse cuenta del cable a tierra que los unía separados del resto de los ángeles.
Y se esparcieron juntos entre las miradas perdidas de aquellos olvidados; sus moléculas y sentidos fueron uno en millones, y la luz del sol entre los árboles, los dejó descansar ataviados de flores de azahar y jazmín tras los ecos del mar embravecido de peces.
Y el sol se poso en tus ojos, y tu mirada parecía una luna llena al amparo de la vegetación rustica de las casas redondas con paredes rectas y cuadros de relojes.
Donde tu reflejo se mecía atento al zozobrar de las mariposas deshojadas, tejiendo las redes de la vida en caminos angostos y largos junto al arroyo de primavera con hojas de otoño coloreadas del más profundo verde oliva.
Y que sueñes con vuelos de lirios zigzagueantes que se derraman cuan llanto de palomas de camisas blancas.